Comencé este trayecto
en 1999, cuando la música era tan sólo una utopía y mis aspiraciones de
convertirme en una productora hasta me provocaban la risa.
Desde la ventana de
mi estudio he visto caer innumerables cambios tecnológicos y de estilo. Muchos
de ellos han muerto en mis propias manos y, otros, se han transformado en el
sonido de la nueva generación.
Recuerdo mis primeras
emociones como productora novata, el buscar ayuda en las pocas fuentes que
había en su momento, el tener que justificarme constantemente con los
productores del sexo opuesto, el “no” de las discográficas y el vivir en un mar
de dudas y preguntas cuya respuesta no podía encontrar.
A veces me pregunto
qué hubiera pasado si hubiera terminado mis estudios universitarios. Quizá
tendría un trabajo fijo, una casa y una familia. Ahora mismo estaría pensando
en llevar a los niños al cole o en descansar todo el santo fin de semana sin
repetirme una y otra vez esa maldita melodía que necesito terminar. Quizá mi
salud no sería una montaña rusa de molestias o problemas de estrés. Quizá mi
mayor aspiración sería ahorrar para comprarme ese coche tan bonito que, hoy por
hoy, nunca me podré pagar.
A veces pienso en
todo lo que podría haber vivido si no hubiera elegido este camino. Es un
planteamiento absurdo visto desde afuera pero digno de mención cuando ves todo
lo que has dejado atrás. A un lado cayeron los amigos, el interés por la ropa o
por los deportes, por todo aquello que no pudieras oír armónicamente hablando.
Te das cuenta de todo ello cuando sales a la calle y buscas una cara amiga o
una simple conversación. Nada te entretiene; todo suena a un tremendo absurdo
arrastrado por la masa; rechazas directamente cualquier tema que no tenga que
ver con música. Ves cómo el rebaño va hacia la derecha mientras tú avanzas
directamente hacia la izquierda, aun sabiendo que te puedes perder.
Cada noche, antes de
caer rendida, se repiten los mismos pensamientos: ¿Qué hubiera pasado si…?