Wednesday, 25 May 2016

NO a las escuelas profesionales de sonido



La gente que ha leído algunos de los textos de mi blog sabe que no me gusta dar nombres. Como bien dice el dicho: “Se dice el pecado pero no el pecador”. Pues bien: Tras una larga reflexión y siendo consciente de que no tengo nada que perder, hoy he decidido hacer una excepción y hablar sobre una “escuela” alemana (lo pongo entre comillas porque este sustantivo les queda grande), la cual hizo cambiar por completo mi percepción de muchas cosas en relación a la enseñanza musical. 

Tras 16 años de formación autodidacta, uno de mis grandes objetivos siempre había sido el adquirir un título (homologado) que garantizara mis conocimientos sobre audio. Es por ello que me dispuse a “romper el cerdito” y realizar los correspondientes estudios en el extranjero. 

Tras una prolongada búsqueda me topé con la Db’s Music Berlin (el que quiera puede buscar información en Google y deleitarse con esta panta de caraduras).

Después de revisar precios y condiciones me animé a efectuar los exámenes de ingreso. Las pruebas consistían en una escrita y otra oral (esta última a través de Skype) que, por lo que yo pensé, consistiría en una serie de preguntas de carácter técnico. Se supone que, si tienen que realizar una selección de alumnos, lo normal es que hagan una prueba de nivel. 

Por lo visto, la mentalidad alemana en lo que a educación se refiere no coincide con la mía. El test escrito no eran más que una serie de cuestiones cortas en las que el aspirante tenía que contestar a preguntas del tipo: Dinos un tema que te inspire; ¿cuándo te iniciaste en la música?¿Cuáles son tus canciones favoritas?... En resumen, una prueba que mi padre, mi madre o tus vecinos del cuarto podrían haber realizado correctamente.

En torno a una semana después recibí un correo indicándome que, como era de esperar, había superado la primera prueba. El contenido del ya aprobado examen me había dejado un tanto intranquila: Aquello no parecía un proceso de selección demasiado riguroso…
La segunda prueba era el examen oral en el cual yo esperaba que cayera alguna que otra pregunta más técnica o propia del oficio. Me advirtieron que la valoración no duraría más de 20 minutos y que no sería de carácter serio. Pensé: “¡Estupendo!¿Todavía menos seria que la prueba anterior?”
Me conecté al Skype y encendí la webcam (sigo sin entender por qué para realizar una prueba de conocimientos tienen que ver tu cara). Me encontré con un jovenzuelo de aspecto informal que apenas tendría unos 23 años. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue: “Éste podría ser mi hijo”. Se presentó como Charly y, lo que es peor, formaba parte del profesorado. 

Yo no dudo de los conocimientos del “señor” Charly, pero tampoco me aporta una gran tranquilidad entregar 7000 euros a una escuela donde un “niño” ataviado con lo que parecía una visera de rapero imparte clases. 

Aquello empezó a preocuparme demasiado y, realmente, pensé en abandonar la conversación… 

Charly se limitó a repetir las preguntas del test número uno solo que, esta vez, a nivel oral. La conversación duró menos de 20 minutos.
Me dijo que no habría más pruebas y que en 15 días sabría si podría ingresar en la escuela. Me quedé muy descolocada dado que no tenía ni idea de cómo diablos me iban a valorar. Desconocían mis conocimientos informáticos y de sonido. Tampoco sabían nada acerca de mi método de trabajo hace ya 16 años. Eso sí: Sabían que me gustaba la música de los 90 y el trance antiguo…

No volví a saber de esta escuela hasta pasado un mes. Me dijeron que habían estado muy ocupados y que Charly había decidido no aceptarme. El problema no fue ese; el problema fueron los motivos: 

Según mi entrevistador germano, no sabía cuáles eran mis objetivos en Berlín o por qué quería estudiar allí. Bajo mi punto de vista, tener una formación autodidacta durante 16 años y el haber impartido clases durante 8 es una buena excusa para mejorar profesionalmente y obtener un título. Pues bien, los alemanes no comprendieron esto. 



Segundo motivo (el más grosero y doloroso, a mi entender): Charly aseguró que yo no podría pagarme los estudios allí. Está claro que hay que tenerlos (y no los estudios), con perdón, muy cuadrados, para soltarle a un futuro cliente “no me vas a pagar”.

Antes de ponerme en contacto con Db’s Berlin pasé mucho tiempo analizando mi situación financiera y asegurándome de que reunía las condiciones económicas necesarias para ingresar en la escuela. Por otra parte, en ningún momento se cuestionó mi poder adquisitivo. Ello no se hizo en ninguna de las dos pruebas que realicé (ni en la oral ni en la escrita).

¿Cómo pudo deducir el señor Charly que no puedo hacer frente a los gastos?¿Se lo dijo su jefe?¿Me vio a través de la webcam y, simplemente, prejuzgó? ¿O será que soy española?

De lo único de lo que quiero dejar constancia en este blog es que esta experiencia me ha hecho desentenderme por completo de la idea de obtener un título profesional de sonido ¿Saben los alemanes cuánto cuesta ganar 7000 euros? 

Queda por comentar el dudoso nivel de esta escuela. Siempre dije que nunca llegué a comprobar los conocimientos del señor Charly (por suerte) pero los proyectos de fin de carrera que figuran en el Soundcloud de Db’s dejan mucho que desear...

Mezclas borrosas, estructuras abstractas… La escuela presume de poner a sus alumnos en la cima de la industria musical pero dudo mucho de que la mejor de sus creaciones pueda ser publicada por un humilde sello digital.

Por resumirlo de alguna manera, escuchar estos temas me hizo volver a mis primeras andanzas como productora novata a finales de los 90. Creo que más descriptiva no puedo ser…

Las escuelas o, al menos, esta escuela de sonido “profesional”, es un timo como, posiblemente, otros tantos centros desperdigados por Europa adelante. Hay que pensar que son dinero privado juntado por cuatro listos con el único fin de destrozar ilusiones ajenas.

Monday, 16 May 2016

Trabajo, sociedad y comeduras de coco



Hoy es uno de esos días en los que no he dejado de darle vueltas a la desorganizada gestión de nuestro sistema; ése que nos permite salir adelante, hacer planes de futuro o llegar (más bien, no llegar) a fin de mes.

Como en todo, para que algo funcione son necesarias varias piezas; no puedes encender un ordenador sin disco duro. De la misma manera, no puedes arrancar el coche sin batería.

Este tremendo rompecabezas ha sido la situación más habitual a lo largo de la historia. En los años 60 casi dos millones de españoles abandonaban el país en busca de unas mejores condiciones de vida. La mayoría de ellos no contaban con un contrato de trabajo y, muchos, eran analfabetos.

A día de hoy la situación es casi idéntica con la diferencia de que un alto porcentaje de los emigrantes posee estudios universitarios ¿Qué está pasando pues? ¿Qué está fallando en este “maravilloso” sistema que tanto nos está jodiendo?

Es cierto que el nivel de estudios por individuo es elevado pero también el carácter y la forma de ser de los candidatos a un puesto de trabajo ha cambiado en los últimos 50 años ¿Cuántas veces hemos oído lo de “por ese dinero no me voy a esforzar” o “yo no me voy a desplazar hasta allí”?

Estos son algunos de los aspectos en los que nuestros abuelos nos han ganado por goleada.

Hemos optado por utilizar la lógica exclusivamente para estudiar, no para aplicar el resultado del consecuente estudio. Se podría decir que, en el último siglo, nuestra sociedad no ha avanzado; más bien ha retrocedido fomentando, a su vez, las comúnmente llamadas “burras con cuatro letras”; me explico…
Típico especimen español













Luego está la otra cara de la moneda o, lo que es lo mismo: El patético perfil del empresario: Ignorante, con falta de formación y con ganas de sacarle el jugo a naranjas, peras, limones y todo lo que se precie.

Ello ha llevado a un cambio radical de las condiciones socioeconómicas (decremento de los sueldos, pérdida de derechos laborales, inseguridad…) pero… tampoco se puede dejar de lado el poco interés del aspirante a trabajar. Las cosas se complican…

Pensando en el dilema del huevo y la gallina ¿Quién fue primero: La crisis o la sociedad?

Ésta hace mella en todos los sectores pero yo no veo a ningún individuo sin teléfono móvil, sin tomarse unas cuantas copas los fines de semana o, incluso, sin un buen y recién estrenado coche.

Parece que nos hemos empeñado en dar la talla inflando currículums de forma desmesurada, pero seguimos sin tener el criterio suficiente para cumplir con lo más básico como son la educación, la ética o la solidaridad. Invertimos años en adquirir una serie de conocimientos de los que, luego, pretendemos huir como de la peste.

Para que el puzle se complete y para que todas las piezas lo conformen de forma ordenada debe haber un equilibrio o acuerdo entre trabajador y empresario. Con esto tendríamos que volver al eterno problema del siglo XIX: El patrón quiere hacerse rico y el empleado pretende no quedarse pobre.

Por ahora, vamos perdiendo la batalla por uno a cero en favor del empresario. Y tú ¿de qué bando estás?